jueves, 13 de agosto de 2009

Reflejos de pensamientos

El 10 de septiembre de 1940 una carta le había llegado para modificar su realidad. La misma indicaba que debía presentarse en el ejército a defender sus raíces francesas en la segunda guerra mundial. Desde ese momento ya no hubo días soleados para disfrutar ni diversiones que llegaran a sentirse queridas. Esa tardea abrió su ropero mientras inundaba el papel con cálidas gotas que desterraban sus ojos y comenzó a empacar para partir sin conocer su destino, sin saber que iba a resultar del resto de su vida en aquellas oscuridades. Un par de pilchas, ropa interior y la botella de whisky que lo miraba día a día, formaron parte de su valija. Luego tendió su triste mirada sobre la habitación que lo saludaba con un hasta pronto y absorbía su condena de marchita soledad.
De repente una caja de recuerdos detuvo su respiración por unos instantes. Hacía tiempo que temía abrirla, muchos años habían pasado desde la última vez que inspeccionó su contenido. Pero en ese momento consideró que merecía volver a encontrarse con ellas. La miro una vez más fijamente y se acerco despacio, el marrón desgastado y agrietado reflejaban sus pupilas. La tomó, y sutilmente fue llevando su tapa hacia arriba. En ese instante las vio sonrientes y hermosas ilustrando alegrías con los risos rubios y esos hoyuelos en sus cachetes que tanto le agradaban. Cada mañana se preguntaba por qué le habían hecho eso, emergiéndolo en una desgracia que nunca superaría. No encontraba motivos ni palabras de consuelo que pudieran explicarle la manera en que habían accionado. Imaginarlas en cada instante, radiantes, alegres y recordarlas era su único motivo de sonrisas que al poco tiempo se escurrían en incógnitas y pensamientos tristes mezclados de abandono. Pero en ese instante se encontraba ahí, junto a ellas una vez más después de tanto tiempo, deseándolas y anhelando un profundo abrazo. Realmente las extrañaba demasiado y temía pensar que algo malo les hubiera ocurrido. Después de todo, eran tiempos de guerra, todo podía pasar…
Varias fotos, una alianza, un par de escarpines, cartas, tarjetas, un oso manchado, un par de anteojos, un prendedor y un chupete eran las cosas que se escondían ahí dentro poseídas por una fragancia antigua que invadía la habitación. Luego de observar detalladamente cada objeto era imposible que cesaran sus lágrimas. Sabía que algún día iba a encontrarlas y cuestionarles el porqué, las razones, como se encontraban y si lo habían olvidado durante estos meses. El solo pensarlo erizaba sus pelos produciéndole escalofríos. Finalmente decidió ubicar también la caja dentro de su maleta y despedirse de una vez. El incierto destino y el abandono eran reales motivos para pensar en acabar con su respiración.
De todos modos, más allá de las desgracias que lo asechaban, Tom siempre creía que la tormenta acabaría, que llegaría un día que su boca se extendería a ambos costados de su cara y dibujase una mínima mueca de alegría; un día en que vería salir el sol y disfrutaría de su calor; un día en que correría y se complacería del aire puro que regala la naturaleza; un día en que sentiría que su vida tendría sentido; un día que sin saberlo pronto llegaría…

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